sábado, 28 de febrero de 2009

PARTE DE MI ESPÍRITU SE QUEDÓ EN JAPÓN, PARA SIEMPRE…

Cuando se disponía a salir, abriéndome paso entre la multitud logré alcanzarlo. Ya junto a él, pude entrevistarlo brevemente en los escalones del cabildo de la ciudad. Comprobando que su dominio del español era dificultoso y, evocando épocas pasadas, decidí hablarle en su propio idioma.

Por: Freddy Gálvez Delgado

Escuché ayer, por primera vez en el Perú, el Himno Nacional de Japón. Ocurrió luego de tres años de haber regresado de ese enigmático y desarrollado país. Traté de concentrarme al máximo. Tan pronto como empezó a sonar la suave melodía del Kimigayo, como se le llaman los ciudadanos japoneses a la melodía de su patria. Vinieron así la memoria las numerosas oportunidades que tuve la ocasión de deleitarme atendiendo esas sublimes notas que dan la impresión de traducir una inocultable melancolía.

Simultáneamente, se revelaba en mi mente la emblemática Torre de Tokio, el orden demostrado en las calles por conductores y peatones, así como la impresionante puntualidad del sus trenes como el Yamanote, en la capital y el Shinkansen, a través de casi todo el archipiélago. También el profundo significado de la reverencia al saludar, el respeto a los demás, la limpieza de sus calles, el jolgorio de sus fiestas, las reuniones que tienen hora de inicio y término y la fascinante silueta del Fujiyama, considerado como uno de los símbolos del país.

La aseada costumbre de ingresar descalzos a sus hogares, su inconmensurable amor por la naturaleza y esa paciencia, que dura un año, de sentarse en los parques a esperar que la delicada hoja del sakura impacte sobre sus cuerpos en señal de salud y prosperidad, constituyen motivo de singular admiración. A media canción, sentí que algunas lágrimas rodaban por mis mejillas. Es que luego de vivir durante muchos años en un país donde casi todo marcha a la perfección, resulta con frecuencia motivo de añoranza.

Luego de la ceremonia, realizada en la Municipalidad Provincial de Trujillo, la comitiva visitante fue aislada por las autoridades locales para ofrecerles el brindis de rigor, lo que impidió dialogar con el Embajador de Japón. Cuando se disponía a salir, abriéndome paso entre la multitud logré alcanzarlo. Ya junto a él, pude entrevistarlo brevemente en los escalones del cabildo de la ciudad. Comprobando que su dominio del español era dificultoso y, evocando épocas pasadas, decidí hablarle en su propio idioma.

Comentó que era la segunda vez que visitaba Trujillo, antes lo hizo con motivo del APEC. Que sabía de la puesta en valor de las Huacas del Sol y de la Luna, así como de la ciudadela de Chan Chan, que las recorrerá en una próxima oportunidad. Terminó expresando un emotivo saludo a la población trujillana que, según estaba enterado, es reconocida a nivel mundial por su hospitalidad. No hubo más. Las personas encargadas de su seguridad, con muy poca cortesía, impidieron proseguir con las preguntas.

Pero fue suficiente. Al oír el himno japonés afloró en nuestro corazón el sentimiento oriental que terminó por embelezarnos el tiempo que compartimos con la gente de esa lejana tierra. Así mismo, las dificultades e impotencia para tratar de plasmar en el Perú, a través de artículos periodísticos, algunas normas elementales que caracterizan a Japón. La razón posiblemente sea la diferencia de idiosincrasia y cultura existente entre ambas naciones.

Sin embargo, quedará permanentemente en nuestro recuerdo que hay un país donde todo se desenvuelve en un ambiente de extremo orden, especial vocación por el trabajo e inmaculada honradez. El acto protocolar al que asistí sirvió como la más clara evidencia para confirmar que gran parte de mi espíritu, se quedó en Japón… para siempre…

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