martes, 24 de marzo de 2009

UNA SONRISA QUE SIEMPRE RECORDAREMOS

Su apariencia de buena gente siempre nos dio tranquilidad y confianza. De carácter introvertido en sus inicios, pasó a ser una persona locuaz, por su oficio como periodista, formado en las canteras de la radio. Igual podíamos escuchar de sus labios un comentario deportivo, como alguna opinión acerca de temas diversos.

Por: Américo Solís Medina

Siempre se ha dicho que cuando cada uno de nosotros llega a este mundo lo hacemos con una vida ya definida que por más que tratemos de cambiar, nuestro destino está escrito, en el caso de mi amigo Álvaro Ugaz, definitivamente esta regla no se ha cumplido, porque nos deja en el mejor momento de su existir. Hablar de su profesionalismo, de sus virtudes y cualidades está demás para quienes lo conocimos. Sin embargo, lo hubiéramos querido hacer cuando él estuvo con vida, pero lamentablemente ya es tarde.

Su apariencia de buena gente siempre nos dio tranquilidad y confianza. De carácter introvertido en sus inicios, pasó a ser una persona locuaz, por su oficio como periodista, formado en las canteras de la radio. Igual podíamos escuchar de sus labios un comentario deportivo, como alguna opinión acerca de temas diversos, porque el comunicar era su pasión.

Como alguien me dijo, su prematura partida más que pesar nos da un sentimiento de amargura y de rabia de cómo se porta la vida con personas como Álvaro que lo han hecho todo para permanecer entre nosotros. Sin embargo, ya está escrito que la vida es una inapelable partida en la que todos los jugadores acabamos en la banca, con goles en contra.

Álvaro había alcanzado la tranquilidad, quizás la estabilidad emocional que muchos buscamos, porque no creo que la felicidad exista y como lo ha sentenciado Antonio Gala, la felicidad es darse cuenta de que nada es demasiado importante y que lo único que existe es el deseo de ser feliz. Pero lo más importante para mi amigo, creo yo, es haberse sentido querido, estimado y amado por las personas que lo rodearon en vida porque él despertaba estos sentimientos.

Ya no escucharemos su voz todas las mañanas, ni hablaremos de fútbol que era su pasión, a pesar de los sinsabores que nos deja continuamente este deporte, menos aún podremos escuchar sus consejos que con madurez y sencillez siempre nos sabía dar o compartir, su sabiduría de hombre que saboreó todas las cosas, hasta las que se podrían considerar insignificantes pero que finalmente son las que verdaderamente llenan nuestra alma.

No sé hasta cuando me durará el disgusto de no contar más con él, lo cierto es que se fue sin avisarnos, se fue sin poder estrechar su mano, se fue y no lo tendremos más. A sus padres les pido que sean fuertes en este trance tan difícil de superar. Muchas veces todos esperamos que sean nuestros hijos los que lloren nuestra muerte, y no lo contrario. Por eso, todo mi apoyo a sus padres y sus dos hermanas por esta lamentable perdida. Quizás sea hora de refugiarse en esos momentos felices para recordar con una sonrisa al hijo que partió, y seguir adelante.

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