La repartija del poder entre políticos carentes de una positiva moral, acostumbrados con habilidad delictiva obtener grandes dividendos en el ejercicio de su función política, apropiándose del dinero público de manera fácil, envileció a los parlamentarios que se olvidaron de quienes los eligió y solo trabajaron calculadamente en su propio beneficio.
Por: Amaro Rodríguez Santillán
Las reiteradas demandas del pueblo peruano mediante masivas manifestaciones públicas a lo largo y ancho del Perú exigiendo el cierre del Congreso de la República, fueron sintonizados por el Presidente Martín Vizcarra Cornejo y disolvió constitucionalmente el Congreso. Tanto fue la soberbia de la mayoría parlamentaria fujiaprista, apuntalada por congresistas de otras bancadas supuestamente probos, permitió caerles las caretas y fueron identificados como conspiradores, que tenían la intención de vacar al Presidente de la República y alcanzar mayor poder.
La repartija del poder entre políticos carentes de una positiva moral, acostumbrados con habilidad delictiva obtener grandes dividendos en el ejercicio de su función política, apropiándose del dinero público de manera fácil, envileció a los parlamentarios que se olvidaron de quienes los eligió y solo trabajaron calculadamente en su propio beneficio. El pueblo peruano hoy celebra el cierre del congreso, pero esa mayoría parlamentaria que arrastró a otros voraces congresistas de otras bancadas, no aceptan lo real, no están en funciones tras la disolución del congreso.
Se aferran ilusamente a sus curules, desconocen al Presidente Constitucional y montan una escena circense entregando la Presidencia de la República a la actual vice presidenta Mercedes Araoz, al parecer se loquearon al perder la mamadera. La convocatoria a elecciones hecha por el Presidente de acuerdo a la norma constitucional, obliga más a los responsables de los partidos políticos, no presentar camufladamente a potenciales delincuentes que han ensombrecido la política nacional causando enormes pérdidas en perjuicio del bienestar del pueblo empobrecido.
También obliga a los ciudadanos elegir a candidatos al parlamento, no tanto por los numerosos títulos y doctorados que exhiba, sino por una trayectoria de honesta vida ciudadana, alejada de juicios por apropiarse de lo ajeno, en conclusión tamicemos a los candidatos.
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