Es una
pena que estas armas diabólicas sean noticia una y otra vez. No escarmentamos.
No puede haber impunidad ante estas macabras realidades. Para desgracia
nuestra, continuamos fabricando instrumentos como si fuesen necesarios, tan
precisos como un trozo de pan, pues no, ¡absolutamente no!
Por: Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
Nuestro mundo actual se enfrenta a un clima de
violencias y violaciones que, cuando menos debieran hacernos recapacitar, sobre
todo a fin de prevenir los conflictos y de hacer cumplir los derechos humanos.
Téngase en cuenta que la prevención, con omisión de ser un recurso básico para
reducir el sufrimiento humano, es también una garantía de estabilidad, pues toda intervención
humanitaria debe orientarse a desarmar al agresor. Hoy más que nunca, sin duda,
se requiere de una ética global para reducir todo tipo de artefactos y avivar
otros sentimientos más constructores de vida. Para ello, a mi juicio, estamos
necesitados de líderes coherentes, con la palabra y la acción.
Ojalá surgieran muchos foros de trabajo y se
activaran los consensos, como ha sucedido con la conferencia de desarme, sobre
Armas Biológicas, Químicas o el similar Tratado de prohibición total de ensayos
nucleares. La esperanza debe acompañarnos siempre. Ya me gustaría que
pusiéramos en valor la bondad, como único abecedario para entenderse. En
cualquier caso, durante este mes de abril, precisamente, celebramos el Día de
la Conmemoración de todas las víctimas de la guerra química, (concretamente el veintinueve),
ocasión propicia para promover otros
ambientes más armónicos, menos inseguros.
Sería bueno, por tanto, recordar que la Tercera
Conferencia de los Estados Partes encargada del examen de la Convención sobre
las armas químicas, celebrada del 8 al 19 de abril de 2013 en La Haya, Países
Bajos, aprobó por unanimidad una declaración política que confirma el “inequívoco
compromiso” de los Estados Partes en la prohibición mundial de las armas
químicas así como un examen amplio de la aplicación de la Convención. Son, en
efecto, estos análisis los que han de hacernos repensar sobre nuestro futuro y
la supervivencia de la familia humana, máxime cuando en Oriente Medio, las
partes beligerantes están quebrantando las normas contra las armas químicas.
Es una pena que estas armas diabólicas sean
noticia una y otra vez. No escarmentamos. No puede haber impunidad ante estas
macabras realidades. Para desgracia nuestra, continuamos fabricando instrumentos
como si fuesen necesarios, tan precisos como un trozo de pan, pues no, ¡absolutamente
no!, siempre son destructores o destructivos, por ínfimo que nos parezca el
artefacto, su tráfico está relacionado con todo tipo de crímenes, incluido el
terrorismo, que hoy golpea ferozmente al planeta.
Pienso, llegado a este punto, que los diversos
Estados deberían establecer más controles en este dislocado comercio
armamentístico, sabiendo que existen tratados internacionales que prohíben la
transferencia de armas biológicas, químicas y nucleares. La guerra no es la
solución a ningún problema, por sí misma es una contrariedad humana, al
destruirnos unos contra otros. Por eso, las armas deben reducirse a lo mínimo,
pues ante el deber de ayudar al inocente, su acumulación excesiva o su
transferencia indiscriminada, lo único que va a impulsar es la venganza. Al fin
y al cabo, lo fundamental es hacer justicia y encontrar otros medios para
resolver las diferencias.
El diálogo, la negociación o las presiones
populares, la mediación o el arbitraje, es lo esencial para restaurar la
concordia, todo lo demás sobra, es totalmente innecesario. Para que todos
puedan gozar del bien común de la paz, la Santa Sede reconoció hace ya mucho
tiempo la necesidad de una autoridad pública con competencia universal,
constituida "por un acuerdo unánime y no impuesta por la fuerza".
Evidentemente, las auténticas religiones son surtidores de alianzas y no de
fanatismos. Matar o discriminar en nombre del Creador, aparte de ser una gran
profanación al autor de nuestra existencia, es inhumano por propia naturaleza
creativa.
No olvidemos que estamos llamados a
entendernos, puesto que nadie es autosuficiente por sí mismo, todos dependemos
de todos hasta para convivir, y estamos confiados los unos al cuidado de los
otros, mal que nos pese. En consecuencia, también todos estamos llamados a ser
miembros del poema, o sea parte del gozoso verso de la paz, y a desterrar de
nosotros la angustiosa pesadilla de las crueles garras de las guerras. ¡Mueran
las armas!¡Qué mueran para siempre! No las necesitamos.
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