La propia vida, por si misma, requiere de nuestras búsquedas. Así, de la noche del Jueves Santo hasta el Viernes Santo en la mañana es devoción bíblica y católica el visitar siete iglesias, tradición iniciada en Roma por San Felipe Neri y que se ha propagado por el mundo entero.
Por: Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
Es tiempo de escucharse, de ponerse en disposición y de desprenderse, para poder entrar en diálogo cada cual a su modo y manera, pero siempre con respeto y consideración por el otro. La cuestión es entrar en sintonía, y no por lo que uno tiene, sino por aquello que le esperanza. La sociedad creyente mira a Cristo crucificado y de ahí nace la mística del sol, el cantar de los pueblos, el grito y el sollozo, el consuelo y la confianza en la vida eterna. También los que no creen, verán que toda la creación germina del amor, y que una vez desposeídos de todo, nadie es más que nadie y todo será de todos.
Lo trascendente, pues, es recapacitar sobre ese amor al que nos debemos y rechazar todas las atrocidades vertidas por el planeta. Ahora sabemos que el número de niños utilizado por el grupo terrorista Boko Haram para cometer atentados suicidas en los países de la cuenca del Lago Chad durante el primer trimestre del año casi iguala al reportado en la totalidad de 2016. ¡Cuánta crucifixión de inocentes!. Pregonemos el encuentro con el verdadero amor. Pongámoslo en práctica.
Transformados por este amor puro, se nos abre la mirada al futuro. Unos desde el arte sacro, otros desde las procesiones más diversas, el cine, la literatura o la música, lo cierto es que todos intentaremos saciar nuestro espíritu ante el deseo innato por la belleza, la bondad y la verdad. La propia vida, por si misma, requiere de nuestras búsquedas. Así, de la noche del Jueves Santo hasta el Viernes Santo en la mañana es devoción bíblica y católica el visitar siete iglesias, tradición iniciada en Roma por San Felipe Neri y que se ha propagado por el mundo entero.
Sin duda, esto puede ayudarnos a la reflexión, a poco que nos adentremos en el abecedario del silencio, y descubramos lo culminante de los diversos momentos vividos por el crucificado. No olvidemos que el trono de Jesús, que no germina del poder, sino del amor, es la cruz, una innegable luz por descubrir. Dante, en la Divina Comedia, después de haber confesado su fe ante san Pedro, la describe como una "chispa, / que se convierte en una llama cada vez más ardiente / y centellea en mí, cual estrella en el cielo".
Por otra parte, la gran prueba de la fe de Abrahán, el sacrificio de su hijo Isaac, nos permite ver hasta qué punto este amor originario es capaz de garantizar la vida incluso después de la muerte. La Palabra que ha sido capaz de suscitar un hijo con su cuerpo "medio muerto" y "en el seno estéril" de Sara (cf. Rm 4,19), será también capaz de garantizar la promesa de un futuro más allá de toda amenaza o peligro (cf. Hb 11,19; Rm 4,21). A pesar de todo, la cruz verdaderamente nos atemoriza, aunque nos restaura y nos redime como el Señor de nuestra vida, con la sola omnipotencia del amor, misericordia del Padre que nos abraza.
En consecuencia, estos días nos harán bien a todos pensar en ese amor tan grande, de la humillación de una pasión y muerte, por la que no se ofende y no condena. Porque el amor del Crucificado jamás se desdice, es motor de vida plena. Con razón, mientras una saeta popular dice: "Quién me presta una escalera/ para subir al madero,/ para quitarle los clavos/ a Jesús el Nazareno"; Jesús continúa con la cruz y sigue siendo el camino, porque no hemos nacido para la nada, sino para el verso interminable, y nadie dona un verso más puro que aquel que anida y anuda sus latidos por los demás.
Bien es verdad que, en ocasiones, tenemos la sensación de que Dios no responde al mal, parece que dormita en silencio, dejando hacer; y, en realidad, Dios ya nos ha hablado y respondido, con la cruz; la más sublime oda misericordiosa y reconciliadora. Está claro que los cristianos deben responder al mal con el bien, tomando sobre si la cruz, como Jesús. La humanidad, toda unida como familia, debería repensar esto; pues lo importante no es acrecentar la venganza, sino la bondad, y esto lo suscribo sin el menor asomo de farsa.
Sólo hay que rumiar la idea aristotélica de que "solamente haciendo el bien se puede realmente ser feliz". Recordémosla siempre, con el lenguaje de la cruz en el alma y la métrica del amor en el oído. Todo sea por la cruz que nos aguarda. No le temamos. Jesús está con nosotros.
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