El apoyo adquiere, muchas veces, carácter de fanatismo cuando se trata de vivar por el elenco blanqui-rojo, el de nuestra Patria. Pero todo se viene abajo cuando se pierde en forma abultada y sin atenuantes. Tal como ocurrió anoche con el equipo peruano que jugó contra México en Chicago.
Por: Freddy Gálvez Delgado
Es una lástima que las derrotas tiendan a convertirse una constante en el fútbol peruano. Decimos ésto, porque nuestro país está conformado por un pueblo futbolero. Que ahorra parte del dinero que ganó con tanto esfuerzo para acudir al estadio. Pronto se identifica con un equipo y hasta es capaz de quedar afónico de tanto gritar y aplaudir al club de sus preferencias.
El apoyo adquiere, muchas veces, carácter de fanatismo cuando se trata de vivar por el elenco rojiblanco, el de nuestra Patria. Pero todo se viene abajo cuando se pierde en forma abultada y sin atenuantes. Tal como ocurrió anoche con el equipo peruano que jugó contra México en Chicago. Apenas bastó media hora, de los noventa minutos que dura un partido, para recibir cuatro goles. Un verdadera afrenta.
Derrotas como las de ayer, son para descorazonar y dejar sin aliento al aficionado. Mucho más, si constituye la carta de presentación al partido que sostendrá el Perú, dentro de cinco días, frente a Colombia por las eliminatorias del Mundial de África. A quienes nos gusta el fútbol y vimos el partido, cada gol del cuadro azteca lo sentimos como una puñalada en el pecho.
Personalmente, opté por bajar el volumen de la tele para que el resto de mi familia no se enterase de mi desgracia. Era casi insoportable resistir la sucesión de goles en contra ante una defensa que fue desairada hace una semana por los españoles y el técnico persistió en mantenerla. Los jugadores rivales ingresaban al área por el lado que se les antojaba dejando a los nuestros parados como endebles muñecos de trapo blanco con chimpunes.
Esta vez, el baile fue completo. ¡Qué vergüenza! Cuatro veces el balón se introdujo en nuestro arco, ante la pasividad e inocencia de un arquero que parecía de un club infantil. La caída natural de las redes al fondo de la meta nacional fue deformada una y otra vez de manera lacerante.
Poco o nada hicieron nuestros jugadores por impedirlo. Al final, no sabemos si ellos sufrieron tanto como nosotros. Sin embargo, debemos decir que nosotros sí lo sentimos de verdad. Por eso, estamos en condiciones de decir: ¡Cómo duelen las derrotas…!
Por: Freddy Gálvez Delgado
Es una lástima que las derrotas tiendan a convertirse una constante en el fútbol peruano. Decimos ésto, porque nuestro país está conformado por un pueblo futbolero. Que ahorra parte del dinero que ganó con tanto esfuerzo para acudir al estadio. Pronto se identifica con un equipo y hasta es capaz de quedar afónico de tanto gritar y aplaudir al club de sus preferencias.
El apoyo adquiere, muchas veces, carácter de fanatismo cuando se trata de vivar por el elenco rojiblanco, el de nuestra Patria. Pero todo se viene abajo cuando se pierde en forma abultada y sin atenuantes. Tal como ocurrió anoche con el equipo peruano que jugó contra México en Chicago. Apenas bastó media hora, de los noventa minutos que dura un partido, para recibir cuatro goles. Un verdadera afrenta.
Derrotas como las de ayer, son para descorazonar y dejar sin aliento al aficionado. Mucho más, si constituye la carta de presentación al partido que sostendrá el Perú, dentro de cinco días, frente a Colombia por las eliminatorias del Mundial de África. A quienes nos gusta el fútbol y vimos el partido, cada gol del cuadro azteca lo sentimos como una puñalada en el pecho.
Personalmente, opté por bajar el volumen de la tele para que el resto de mi familia no se enterase de mi desgracia. Era casi insoportable resistir la sucesión de goles en contra ante una defensa que fue desairada hace una semana por los españoles y el técnico persistió en mantenerla. Los jugadores rivales ingresaban al área por el lado que se les antojaba dejando a los nuestros parados como endebles muñecos de trapo blanco con chimpunes.
Esta vez, el baile fue completo. ¡Qué vergüenza! Cuatro veces el balón se introdujo en nuestro arco, ante la pasividad e inocencia de un arquero que parecía de un club infantil. La caída natural de las redes al fondo de la meta nacional fue deformada una y otra vez de manera lacerante.
Poco o nada hicieron nuestros jugadores por impedirlo. Al final, no sabemos si ellos sufrieron tanto como nosotros. Sin embargo, debemos decir que nosotros sí lo sentimos de verdad. Por eso, estamos en condiciones de decir: ¡Cómo duelen las derrotas…!
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