Sólo hay
que mirar a Europa y ver como se acrecienta la xenofobia, el extremismo
violento, el nacionalismo, el populismo, a falta de ese entendimiento que
fortalezca la concordia. Mal que nos pese hay un marcado rechazo vinculante de
unos contra otros, en parte por nuestro innato egoísmo.
Por: Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
Teniendo en cuenta que la vida es un itinerario
de búsquedas, nuestra propia historia humana está crecida de movimientos, con
lo que esto conlleva de cruces con aquello diferente y de nacimiento de nuevas
civilizaciones. En su esencia, todos buscamos un celeste más claro, un camino
más llevadero, un destino más armónico, un rumbo más estable. Desgraciadamente,
cada día son más las incertidumbres y los conflictos, los desastres naturales y
las persecuciones, lo que hace que los movimientos migratorios nos desborden
como jamás. De ahí, lo importante que es amparar, preservar, promover e integrar
a tanto indefenso huido.
A poco que buceemos por nuestra propia realidad
vivencial, hallaremos multitud de familias malviviendo en el dolor, con miedo
de que se destruyan sus hogares en cualquier momento. Es una lástima que no se
respete nada, ni las oportunas leyes internacionales, imponiéndose desalojos y
cargando toda la furia contra personas débiles. En cualquier rincón del planeta
observamos un recrudecimiento existencial que verdaderamente nos deja sin
palabras, a pesar de tantos acuerdos de paz y de tantas reuniones que, por
cierto, tampoco suelen pasar de los buenos propósitos, para desdicha de todo el
linaje humano.
Hoy sabemos que la diversidad es fuente de
creatividad e innovación, pero también hemos de considerar que ese carácter
multicultural, multiétnico y multirreligioso, requiere para su cohesión de una
fuerte dosis de hospitalidad, o si quieren de calor humano comprensivo. Sólo
hay que mirar a Europa y ver como se acrecienta la xenofobia, el extremismo
violento, el nacionalismo, el populismo, a falta de ese entendimiento que
fortalezca la concordia. Mal que nos pese hay un marcado rechazo vinculante de
unos contra otros, en parte por nuestro innato egoísmo. Sería bueno proponernos
cambiar de actitudes, reeducarnos bajo otros horizontes.
A menudo somos atrapados por la indiferencia,
por las garras de las organizaciones criminales, que nos dejan hasta sin aire,
porque faltan canales de acceso humanitario y seguro. Precisamente, esta
inseguridad reinante en el mundo es deshumanizadora a más no poder. Son muchos
los que se aprovechan de las desgracias ajenas, sin clemencia alguna, para
levantar su privativo señorío de mando, irrespetuoso con todos. Olvidan que la
defensa de los derechos inalienables, garantías de las libertades fundamentales
y el respeto de su dignidad son derechos de los que nadie puede estar exento.
Está visto que tan importante como conocerse es
reconocerse en el otro para poder conciliar modos y maneras de vivir, máxime en
un momento en el que todos precisamos abrirnos a esa reconciliación innata y
necesaria para poder hermanarnos como especie. La situación no es fácil. Vivimos
en una época peligrosa. La gradual presión sobre los recursos naturales, el
incremento de la desigualdad social y el cambio climático ponen en riesgo la
futura capacidad, ya no sólo de subsistir, también de unirse como una piña.
Nadie puede sentirse tranquilo y aliviado ante el persistente clima de
injusticias que nos dispersan.
Tenemos que ser más responsables, más humanos
en definitiva. Desde luego, esto es un deber natural de la civilización.
Nuestras identidades han de ser respetadas, pero también nosotros hemos de
considerar la presencia de la otra persona en relación a la nuestra. En
consecuencia, según mi manera de ver, es un deber de solidaridad que frente a
la bochornosa atmósfera de tragedias, casi siempre activadas por el propio ser
humano, no tengamos compasión y mostremos una frialdad hacia nuestro análogo verdaderamente
preocupante.
Es hora del apretón de manos, no del puño cerrado,
del corazón latiendo para mejorar las actitudes, sobre todo en el sentido del
encuentro, de crearse uno mismo para los demás, con la mano tendida siempre. Ya
está bien de destruirlo todo, de destruirnos. Deberíamos arrodillarnos y pensar
que nada somos y podemos serlo todo, si en verdad nos desprendemos de cualquier
dominio, dominándonos a sí mismo para hallar una respuesta a lo qué somos y por
qué vivimos. Quizás, únicamente desde la sencillez, entendamos lo que el ser
humano es, puesto que tiene la capacidad de generar obras de amor; una belleza
que evoca la bondad y la virtud que nos sustenta.
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