Sus defectos se reflejan en la dificultad de trasladar esa movilización a las personas mayores y escépticas, que deciden el voto en el sofá de su salón, o a los Estados más deprimidos y conservadores que todavía ven con recelo la presidencia de un afroamericano inexperto y de exótico nombre.
Barack Obama ha vuelto a dar signos de la excepcionalidad de su candidatura con una concentración, el domingo en Portland (Oregón), de más de 75.000 personas, la más grande de esta larga campaña electoral y uno de los mayores actos políticos de los últimos años en este país. Ese enorme mitin, además de un ejemplo de a lo que John McCain se enfrenta, es una muestra de las mejores virtudes y los principales defectos del propio Obama. Las virtudes son, obviamente, su capacidad de movilización, su tirón entre los más jóvenes y apasionados seguidores, que disfrutan con este tipo de eventos.
Su poder de atracción entre la población blanca -también negra, por supuesto- de Estados como Oregón, prósperos, vanguardistas, preocupados esencialmente por asuntos como la guerra de Irak o el calentamiento global. Sus defectos se reflejan en la dificultad de trasladar esa movilización a las personas mayores y escépticas, que deciden el voto en el sofá de su salón, o a los Estados más deprimidos y conservadores que todavía ven con recelo la presidencia de un afroamericano inexperto y de exótico nombre.
El propio Obama reconoció ayer en Oregón lo extraordinario de su situación actual, virtualmente convertido ya en aspirante a la Casa Blanca: "Hace un año nadie hubiera podido imaginar que un tipo negro de 46 años llamado Barack Obama pudiera ser el nominado demócrata". Pero, oficialmente, todavía no lo es. Su contrincante, Hillary Clinton, ha anticipado que no piensa retirarse después de las primarias que se celebran hoy en Kentucky y Oregón. Obama también ha dicho que él no va a proclamarse vencedor tras esta nueva jornada electoral.
Ambos van a encontrar hoy argumentos para extender este proceso: Clinton, con una muy probable y contundente victoria en Kentucky (mayoría de trabajadores blancos en un Estado pobre y tradicional); y Obama, como favorito en Oregón. Los resultados, si se confirman los pronósticos de las encuestas, no van a darle esperanzas a la campaña de Clinton, pero van a poner de relieve de nuevo que no es oro todo lo que reluce para Obama y que la enorme concentración de Portland, aunque impresionante, no es una garantía de victoria.
Antes de Portland, el 20 de abril, Obama sorprendió a todos reuniendo a 45,000 personas en el centro de Filadelfia, una de las mayores concentraciones nunca vistas allí. Dos días más tarde, perdió las primarias de Pensilvania. En Dallas, Obama juntó a 25,000 personas en un pabellón de deportes y fue derrotado después en las primarias de Tejas. Y perdió también en California después de haber movilizado a más gente que nadie en Los Ángeles y San Francisco.
Una y otra vez ha quedado de manifiesto la dificultad de Obama para trasladar contundentemente a las urnas la pasión callejera que su candidatura despierta. Aquí radica la principal esperanza del republicano McCain para las elecciones presidenciales de noviembre. Sin embargo, por muy fundamentada que esté esa esperanza, sería igualmente imprudente infravalorar el efecto que una movilización popular como la que Obama consigue -y la energía que ese movimiento genera- puede tener frente a un candidato de 71 años del mismo partido que George Bush.
A la espera de cómo sea el desenlace de la carrera demócrata -recaudadores de fondos de los dos candidatos han empezado ya a establecer contactos-, Obama y McCain afilan sus armas para el último y verdadero duelo. Ambos expondrán hoy sus argumentos en uno de los principales campos de batalla para noviembre: Florida. Los dos pronunciarán importantes discursos allí estos días en busca de un electorado que puede ser decisivo. (Agencias)
Barack Obama ha vuelto a dar signos de la excepcionalidad de su candidatura con una concentración, el domingo en Portland (Oregón), de más de 75.000 personas, la más grande de esta larga campaña electoral y uno de los mayores actos políticos de los últimos años en este país. Ese enorme mitin, además de un ejemplo de a lo que John McCain se enfrenta, es una muestra de las mejores virtudes y los principales defectos del propio Obama. Las virtudes son, obviamente, su capacidad de movilización, su tirón entre los más jóvenes y apasionados seguidores, que disfrutan con este tipo de eventos.
Su poder de atracción entre la población blanca -también negra, por supuesto- de Estados como Oregón, prósperos, vanguardistas, preocupados esencialmente por asuntos como la guerra de Irak o el calentamiento global. Sus defectos se reflejan en la dificultad de trasladar esa movilización a las personas mayores y escépticas, que deciden el voto en el sofá de su salón, o a los Estados más deprimidos y conservadores que todavía ven con recelo la presidencia de un afroamericano inexperto y de exótico nombre.
El propio Obama reconoció ayer en Oregón lo extraordinario de su situación actual, virtualmente convertido ya en aspirante a la Casa Blanca: "Hace un año nadie hubiera podido imaginar que un tipo negro de 46 años llamado Barack Obama pudiera ser el nominado demócrata". Pero, oficialmente, todavía no lo es. Su contrincante, Hillary Clinton, ha anticipado que no piensa retirarse después de las primarias que se celebran hoy en Kentucky y Oregón. Obama también ha dicho que él no va a proclamarse vencedor tras esta nueva jornada electoral.
Ambos van a encontrar hoy argumentos para extender este proceso: Clinton, con una muy probable y contundente victoria en Kentucky (mayoría de trabajadores blancos en un Estado pobre y tradicional); y Obama, como favorito en Oregón. Los resultados, si se confirman los pronósticos de las encuestas, no van a darle esperanzas a la campaña de Clinton, pero van a poner de relieve de nuevo que no es oro todo lo que reluce para Obama y que la enorme concentración de Portland, aunque impresionante, no es una garantía de victoria.
Antes de Portland, el 20 de abril, Obama sorprendió a todos reuniendo a 45,000 personas en el centro de Filadelfia, una de las mayores concentraciones nunca vistas allí. Dos días más tarde, perdió las primarias de Pensilvania. En Dallas, Obama juntó a 25,000 personas en un pabellón de deportes y fue derrotado después en las primarias de Tejas. Y perdió también en California después de haber movilizado a más gente que nadie en Los Ángeles y San Francisco.
Una y otra vez ha quedado de manifiesto la dificultad de Obama para trasladar contundentemente a las urnas la pasión callejera que su candidatura despierta. Aquí radica la principal esperanza del republicano McCain para las elecciones presidenciales de noviembre. Sin embargo, por muy fundamentada que esté esa esperanza, sería igualmente imprudente infravalorar el efecto que una movilización popular como la que Obama consigue -y la energía que ese movimiento genera- puede tener frente a un candidato de 71 años del mismo partido que George Bush.
A la espera de cómo sea el desenlace de la carrera demócrata -recaudadores de fondos de los dos candidatos han empezado ya a establecer contactos-, Obama y McCain afilan sus armas para el último y verdadero duelo. Ambos expondrán hoy sus argumentos en uno de los principales campos de batalla para noviembre: Florida. Los dos pronunciarán importantes discursos allí estos días en busca de un electorado que puede ser decisivo. (Agencias)
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