jueves, 5 de junio de 2008

¡TÚ, TAMBIÉN TE VAS DEL AULA…!

El domingo pasado, con motivo de cumplir sus Bodas de Perla, me reuní con parte de los muchachos de aquel entonces. Habían transcurrido treinta años del día que egresaron de las aulas. Antes de dictar la tradicional Clase del Recuerdo, mientras conversaba con varios de ellos ya hechos hombres, se acercó al grupo uno medio serio.

Por. Freddy Gálvez Delgado

Volviendo a través del tiempo. Corría el año 1974. Mi labor se circunscribía a cumplir comisiones periodísticas y el dictado de clases en colegios secundarios e institutos superiores. Era profesor de historia en el Politécnico Marcial Acharán y Smith que funciona, como ahora, a un costado de la Gran Unidad Escolar José Faustino Sánchez Carrión de Trujillo. Fue la época de mayor apogeo para la educación técnica. La muestra la dieron los propios padres de familia que matriculaban a sus hijos por docenas.

La demanda fue tal, que el “Poli”, como se le llamaba a nuestro plantel, llegó a tener treintiocho secciones de primer año. Como es de imaginar, las letras del alfabeto faltaron para identificar las aulas. Por eso se optó por adjuntarles la denominación de “A” Prima, “B” Prima, “C” Prima y así sucesivamente. Tuvieron que habilitarse más aulas. Se usó el antiguo Agropecuario e Internado, la misma Unidad Escolar y dos locales externos. Cada sección bordeaba los sesenta alumnos.

Con menos de diez años de egresado de la Universidad Nacional de Trujillo, volcaba todo mi entusiasmo en el dictado de las lecciones. La palabra motivación, que tanto nos recomendaron nuestros catedráticos para mantener la atención a los estudiantes, estuvo presente cada vez que nos ubicábamos frente a ellos. Recuerdo que al dictar una clase sobre la invasión de Napoleón a Rusia y referirme a la táctica de la Tierra Arrasada empleada por los soviéticos, fungía ser un soldado ruso que se acomodaba los lentes (mis lentes) esperando al enemigo.

Así, el interés despertado en los alumnos alcanzaba grado sumo. Similar metodología empleaba al tratar otros temas. El resultado en los exámenes era también satisfactorio. El domingo pasado, con motivo de cumplir sus Bodas de Perla, me reuní con parte de los muchachos de aquel entonces. Habían transcurrido treinta años del día que egresaron de las aulas. Antes de dictar la tradicional Clase del Recuerdo, mientras conversaba con varios de ellos ya hechos hombres, se acercó al grupo uno medio serio.

-- ¿Qué te pasa…? Le pregunté. Contestó que, al verme, lo primero que se le vino a la mente fue que, un día, lo expulsé del salón de clase.
-- ¿Qué raro…? el profesor Freddy nunca expulsaba a nadie, refutó uno de los que estaba cerca.
-- Vamos, cuéntanos cómo fue todo, intercedí, sin ocultar mi interés. Y procedió a relatar lo sucedido:

-- Ese día, dos compañeros sentados en la última fila se estaban comportando muy mal e interrumpían la clase a cada instante, describió como si estuviera viviendo el momento.
-- Usted, prosiguió contando, les llamó la atención y, como continuaron en lo mismo, los echó del aula (Algo desacostumbrado en mi).
-- Los chicos se ubicaron en las inmediaciones de la entrada, prosiguió, así que usted les dijo que se retiraran. Pero ellos no hicieron caso.
-- Fue entonces, agregó, que yo manifesté: ¡Profesor, cierre la puerta…!

Concluyó recordando que mi única reacción fue coger sus cuadernos, que estaban sobre la carpeta, y arrojarlos fuera del salón diciendo: ¡Tú, también te vas…! Pues resulta que el ambiente en que estábamos era improvisado. No tenía puerta…

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