jueves, 2 de octubre de 2008

LA GENERACIÓN DEL 50

Pertenezco, pues, a la fauna de animales apasionados como Amadeo Grados Penalillo nos llamaba a los periodistas. Estoy hecho de la misma carne y sangre y nervios de los periodistas que formamos la Generación del 50. No soy ni nunca he pretendido ser ni más ni menos que ninguno de ellos.

Por: Manuel Jesús de Orbegozo

Los periodistas del 50 pertenecemos a una generación singular. Todos hemos trabajado lo mejor que hemos podido, cada cual en el puesto que le tocó desempeñar. Yo tuve, acaso, más suerte que otros porque viajé mucho más que otros por mi país y por el mundo. Siempre fui un reportero apasionado. Viajé por caminos de los cinco Continentes, y por lo tanto, conocí a los hombres que pueblan esos cinco Continentes. Saqué una conclusión: todos los hombres estamos cortados por la misma tijera; todos nacemos injertados con genes inexcusables de grandeza y de miseria.

Conocí a hombres muy altivos y muy soberbios, así como a hombres de una humildad franciscana. Hermann Trimborn era un sabio arqueólogo alemán que consideraba un honor el que yo haya ido a entrevistarlo. Hemingway fue otro hombre singular, humano, en el mejor sentido del término, o sea de aquellos para quienes nada de lo humano les es ajeno. Oswaldo Guayasamín era soberbio. Le pregunté cuáles eran los cinco pintores más grandes del mundo actual. Me mencionó a cuatro: El quinto era él. Escribí denunciando su soberbia. Cuando regresó años después, me dijo que ya no era soberbio.

Conocí a Lech Walesa en su humilde morada de Gdanks, cuando salía de la prisión. Luego fue presidente de Polonia, pero lo hizo tan mal como presidente que terminó su período y cuando se lanzó nuevamente por el cargo no sacó ni siquiera uno por ciento de la votación polonesa. Entrevisté a Pol Pot, el Secretario General del Partido de Kampuchea, 48 horas antes de que fuera derrocado por los vietnamitas. Diez años después fui a buscarlo en las fronteras con Tailandia. No le encontré, pero poco tiempo después de apresarlo, apareció en los periódicos no solo como un delincuente sino como uno de los mendigos más miserables del mundo.

Como se recordará, Vietnam fue invadido por los Estados Unidos de Norteamérica hasta ser miserablemente derrotado. Cuando regresé al Perú, le hice mucha propaganda al Vietnam heroico por haber logrado derrotar al país más poderoso de la Tierra. Sin embargo, diez años después, Vietnam ataca e invade a Kampuchea y se queda a vivir allí diez años seguidos, es decir, que de invadido se convirtió en invasor, y de agredido, se convirtió en agresor. ¿Quién puede comprender así la conducta del hombre?

Conocí a Mao Tse-tung, como también a la madre Teresa, en Calcuta. Conocí el Moritorio de la madre Teresa. Luego la encontré limpiándoles el sudor, las lágrimas y la saliva a los moribundos en Etiopía que padecía una época de sequía implacable. Cinco mil personas morían todos los días. El régimen comunista de Mengistu recibía ayuda de Moscú: aviones, camiones, etc. pero la comida se la enviaba los Estados Unidos. Hasta que un senador norteamericano reclamó que USA no debería favorecer a un país comunista. Entonces, estados Unidos le suspendió la ayuda y los etíopes se siguieron muriendo de hambre.

Estuve en cinco citas de Gorbachov, dos con Busch, una con el Papa Juan Pablo II, una con Teng Siao-ping cuando ocurrió la llamada “Masacre de Tien Anmen”, y una, presidiendo los festejos de la URSS cuando cumplía 70 años de la Revolución Rusa. Poco tiempo después, la URSS se desmoronó como un castillo de naipes y Gorbachov quedó para dictar conferencias y servir como ‘top-model’ para la publicidad de "Fried-chikens".

Conocía a poderosos que se volvieron mendigos, y viceversa, a mendigos que se volvieron poderosos. Jean Bedel Bokassa era el “Napoleón" negro de Centro África. Estuve en Bangui cuando lo condenaron a cadena perpetua. Bokassa aceptó el castigo pero al poco tiempo murió de un paro cardíaco. Lo mató su propio corazón. Entrevisté al presidente J. Gowon de Nigeria en la guerra de Biafra. Pero lo derrotaron. Se asiló en Londres. Me dijeron: Vaya a buscarlo, ahora trabaja allá como cocinero. Lo busqué en Londres en los restaurantes de primera categoría. Trabaja en restaurantes de segunda categoría, me informaron, pero no lo encontré.

Así, por el estilo. Siempre informé sobre el hombre, sobre su calaña, es decir, sobre las dos caras de la medalla con la que nace y muere: altruismo y mezquindad. He conocido las más grandes obras hechas por el hombre. Ves el Coliseo, la Torre Eiffel, el Palacio Potala en el Tibet, la Catedral de Colonia, pero al mismo tiempo ves las miserias en los extramuros de todas las ciudades del mundo, el horror de las guerras como la de Biafra, la de Iraq y la del Medio Oriente.

Entrevisté a Yuri Gagarin luego de circunvolar la Tierra, y también al cajamarquino Juan Vásquez Bautista que violó a una pastorcita y luego la mató de 37 puñaladas. Subido a un árbol, presentí que lo fusilaron al amanecer. Diez años después regresé a Cajamarca. El asesino se había convertido en santo. Todos lo adoraban, creo que lo siguen adorando. El asesino Vásquez Bautista se ha convertido en un santo más hábil que Sarita Colonia. En fin. He testimoniado infinidad de hechos grandes y pequeños, tórridos y glaciares. Nunca puse atajos a mi trabajo. Viajé incluso con extrasístoles, una enfermedad cardiaca muy tormentosa.

Viajé a La Paz cuando el golpe de estado de García Meza. A las 3 de la tarde, Albert Brun, periodista francés y muy amigo de los peruanos, me fue a buscar a mi cuarto en el hotel donde me encontró durmiendo pero no me quiso despertar. Cuando yo me desperté eran ya las 6 de la tarde. Me fui a buscarlo. Hola, me dijo, ¿por qué no viniste ayer? Acabo de llegar, le dije yo. No, me contestó él muy sorprendido, tú llegaste ayer. Efectivamente: Había dormido 24 horas seguidas atormentado por la extrasístole cardiaca a 4 mil metros de altura.

Pertenezco, pues, a la fauna de animales apasionados como Amadeo Grados Penalillo nos llamaba a los periodistas. Estoy hecho de la misma carne y sangre y nervios de los periodistas que formamos la Generación del 50. No soy ni nunca he pretendido ser ni más ni menos que ninguno de ellos. Solo pretendo seguir siendo uno de ellos.

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