Con actitudes de este tipo, es indudable que nada, absolutamente nada podrá hacerse contra el maltrato que sufren miles de mujeres en el Perú y el mundo. Las esposas que sufren vejaciones de parte de sus consortes tienen que armarse de coraje y decidir su destino de una vez por todas.
Por: Freddy Gálvez Delgado
Caminaba con mi esposa, como es nuestra costumbre, una mañana como tantas, por una urbanización colindante con el centro de la ciudad. De repente, nos llamó la atención la discusión de una humilde pareja que trasladaba un triciclo recogiendo cartones. El esposo, no se limitaba a gritar, sino que añadía a sus gruesas palabras, empujones y golpes con los puños.
Personalmente traté de soslayar la escena y pasar de largo, pero quien insistió que intervenga era mi cónyuge. Ahora, el aprieto se había trasladado a nosotros y casi a refunfuñones, la convencí a que siguiéramos sin intervenir en lo más mínimo. Nuestra ruta coincidía, justamente, con la Comisaría de la Mujer, dedicada a prever y sancionar a los machistas, así que nos detuvimos ante el primer policía que encontramos.
Mi compañera aprovechó para describir todo lo que habíamos observado y, mientras conversábamos, por coincidencia, aparecían los esposos aludidos. De inmediato, pedimos a la mujer que denuncie el atropello de que había sido víctima. Y, cuando pensábamos que era el momento para terminar con un agresor más, sucedió lo inesperado.
-- No, no ha pasado nada, pronunció ella. Y ambos prosiguieron su camino.
Los tres, absortos, sólo atinamos a miramos las caras. Con actitudes de este tipo, es indudable que nada, absolutamente nada podrá hacerse contra el maltrato que sufren miles de mujeres en el Perú y el mundo. Las esposas que sufren vejaciones de parte de sus consortes tienen que armarse de coraje y decidir su destino de una vez por todas.
La solución sólo está en denunciar a sus victimarios y terminar con todo, separándose. No hay más. Es doloroso. Cierto. Pero es lo mejor que se puede hacer a seguir padeciendo el calvario en que se ha convertido su vida y la de sus hijos. Hay que recordar que, en casos extremos, la violencia contra la mujer llega hasta el crimen, lo que debe ser rechazado de plano.
Igualmente que la única manera de erradicarla corresponde al estado, las autoridades, las instituciones, los ciudadanos y las mismas víctimas. Previamente debe garantizarse un proceso judicial correcto y el otorgamiento de una atención de calidad para las amas de casa. Veamos en cada mujer a nuestra madre y hermanas. Valoremos a nuestra esposa tal como es, por ser la compañera que Dios nos dio para toda la vida…
Por: Freddy Gálvez Delgado
Caminaba con mi esposa, como es nuestra costumbre, una mañana como tantas, por una urbanización colindante con el centro de la ciudad. De repente, nos llamó la atención la discusión de una humilde pareja que trasladaba un triciclo recogiendo cartones. El esposo, no se limitaba a gritar, sino que añadía a sus gruesas palabras, empujones y golpes con los puños.
Personalmente traté de soslayar la escena y pasar de largo, pero quien insistió que intervenga era mi cónyuge. Ahora, el aprieto se había trasladado a nosotros y casi a refunfuñones, la convencí a que siguiéramos sin intervenir en lo más mínimo. Nuestra ruta coincidía, justamente, con la Comisaría de la Mujer, dedicada a prever y sancionar a los machistas, así que nos detuvimos ante el primer policía que encontramos.
Mi compañera aprovechó para describir todo lo que habíamos observado y, mientras conversábamos, por coincidencia, aparecían los esposos aludidos. De inmediato, pedimos a la mujer que denuncie el atropello de que había sido víctima. Y, cuando pensábamos que era el momento para terminar con un agresor más, sucedió lo inesperado.
-- No, no ha pasado nada, pronunció ella. Y ambos prosiguieron su camino.
Los tres, absortos, sólo atinamos a miramos las caras. Con actitudes de este tipo, es indudable que nada, absolutamente nada podrá hacerse contra el maltrato que sufren miles de mujeres en el Perú y el mundo. Las esposas que sufren vejaciones de parte de sus consortes tienen que armarse de coraje y decidir su destino de una vez por todas.
La solución sólo está en denunciar a sus victimarios y terminar con todo, separándose. No hay más. Es doloroso. Cierto. Pero es lo mejor que se puede hacer a seguir padeciendo el calvario en que se ha convertido su vida y la de sus hijos. Hay que recordar que, en casos extremos, la violencia contra la mujer llega hasta el crimen, lo que debe ser rechazado de plano.
Igualmente que la única manera de erradicarla corresponde al estado, las autoridades, las instituciones, los ciudadanos y las mismas víctimas. Previamente debe garantizarse un proceso judicial correcto y el otorgamiento de una atención de calidad para las amas de casa. Veamos en cada mujer a nuestra madre y hermanas. Valoremos a nuestra esposa tal como es, por ser la compañera que Dios nos dio para toda la vida…
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