miércoles, 17 de septiembre de 2008

¿DÓNDE ENSEÑAN A SER HONESTOS…?

En este caso, llevaba escrito en un papel el total de lo que debía pagar, incluyendo los centavos de nuevo sol. La cantidad terminaba en treintisiete céntimos. Atendía un joven veinteañero quien, luego de hacer las operaciones en una calculadora, mencionó la cifra, más cincuenta céntimos.

Por: Freddy Gálvez Delgado

No cabe la menor duda que la escuela de la vida, como dicen algunos, es la mejor universidad del mundo. Es que en sus “aulas” se aprenden cosas que no están escritas en ningún libro y, por lo demás, muy pocas veces son tratadas por profesor alguno. Sin embargo, tienen un mensaje o significado, independientemente de que éste sea positivo o negativo.

Esta mañana pagaban a los cesantes y jubilados del magisterio nacional, así que acudí al Banco de la Nación para hacer la cola y recibir mi “suculenta” pensión. Formé la fila preferencial, dedicada a las personas de la tercera edad, que avanza con excesiva lentitud, pues sólo atienden en una ventanilla. Al otro lado, está la cola de los “jóvenes”. Progresa más rápido, pues el resto de empleados están dispuestos para ellos.

Si realmente se desea ayudar a los adultos mayores, podrían destinarse una o dos ventanillas más y el objetivo se hubiese conseguido. Basta con aplicar la lógica. Como es de suponer, quien atiende siempre está muy apurado. Entrega el ticket de pago sin dejar verificar si lo que está escrito coincide con lo que se recibe. De inmediato, da el dinero.

Con todo. Salí directo a una oficina para cancelar los servicios de agua, luz y teléfono. Allí debo dejar casi todo lo que recepcioné momentos antes. En este caso, llevaba escrito en un papel el total de lo que debía pagar, incluyendo los centavos de nuevo sol. La cantidad terminaba en treintisiete céntimos. Atendía un joven veinteañero quien, luego de hacer las operaciones en una calculadora, mencionó la cifra, más cincuenta céntimos.

-- Joven, le dije, sáqueme la cuenta exacta, por favor.

-- Cuarenta céntimos, expresó.

-- ¿Está seguro…? Mire bien, insistí.

-- Bueno, pronunció refunfuñando, treintisiete céntimos.

-- Esa es la cantidad verdadera, acoté.

-- Usted es muy joven aún. Debe hacer las cosas bien desde el comienzo. Si empieza así ¿Se imagina cómo terminará…?, llegué a pronunciar al tiempo que daba las gracias.

No hubo respuesta. Tampoco sé si mis palabras le servirán de algo. Ante lo ocurrido, extraje el papel que me entregaron en el banco. La cantidad terminaba en cuatro soles y noventinueve céntimos. Había recibido sólo cuatro soles...

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